domingo, 14 de febrero de 2010

OTRA HISTORIA


UNA FIESTA DE CURRITOS


Antes de que se pusiera de la chingada el ambiente nacional con sus alharacas de metralla y cacarera por micrófono, antes de que el tiempo cumpliera otro jornal de trabajo y más viejo me hiciera; aún antes del total empacho de urbanidad que le dio a mi pueblo, cuando de verdad éramos rancho y no había folclor sino vida, que bullía, que huía, que iba; cuando, sí a las edades jugamos, teníamos al demonio progreso como el niño empieza a tener pelo, yo tenía quince años y la ciudad 450. Los bardos le habían cantado, los militares le habían adosado leyendas de guerra y heroísmo, los mineros le habían dado un nombre y un sitio en el mapa, yo era tan feliz en sus calles sin pinches turistas, libre de autos, libre de la vanidad con la que años después la vistieran como a una de esas putas jodidas por viejas y solas.
Cursaba el cuarto semestre en la preparatoria y estaba en mi primera sesión de AA. Desde niño cuando mis tíos, todos taxistas, me llevaban al trabajo los observaba beber durante el día, entre viaje y viaje se acababan botellas de mezcal y siempre estaban rozagantes, fuertes, jamás los vi caerse, ni guacarear ni hacer escándalo. Con la ingenuidad de un escuincle comencé a beber del alcohol de mis parientes, primero a escondidas y ya después a lo descarado, pero yo nunca he tenido su resistencia y ellos más de una vez me han visto caer, guacarear y hacer escándalo. En la prepa ya no visitaba mucho a mis tíos pero bebía según el ejemplo de mi niñez agazapado en el asiento trasero de los taxis: tragos largos y espaciados como un buenos tardes en una tarde que de verdad es buena.
Los chavos de la prepa también eran borrachos, cada mañana tenían nuevas historias de la noche anterior en las que lo mismo libraban epopeyas románticas sazonadas en charanda, que atrevimientos criminales embrutecidos por el Sureño, nombre del conjuro de maguey de olla que aún en tiempo corriente es el embriagador más poderoso y por el que no menos de unas cuantas monedas, de las que brincan tímidas al fondo del bolsillo, son sacrificadas a tan furibunda divinidad.
A mi me fascinaba estar borracho, el mareo vuelta la cara al cielo, son las nubes en el cuerpo, risa de todo con amor agigantado, la canción apañada del grito, acusemos a la suavidad del ambiente, un esplendido sillón para bailar hundido, muchacho raro del relato me ponía hasta la madre, arrinconado, solo, si era posible hacerse un huequito entre tanta hormona.
Disfruto sobre todo cuando estoy bien almibarado, borracho como una rocola. Mis fiestas de bachiller no fueron menos que aquello, en las esquinas de habitaciones que eran planetas donde bestias malcriadas escupían a la vida su maldición de carne indómita, su risa bonita de muchachas que habían nacido marcadas por la historia, dígaseme que no, dígaseme que sí, yo las oí gemir escondido en las terrazas. Ya se me daban además las mañas y arañaba lo posible cuando de dulces se trataba, entiéndase droguitas que olía, metía, fumaba.
El otro día me encontré a un compa de la prepa, de aquellos años que me dieron piedrecillas en el riñón, terapias, preguntas huérfanas de respuestas y la Gota, enfermedad de conocido abolengo monarcal pero que arde de la chingada, el pie se infla como una vejiga, se tiene la sensación de que puede explotar en cualquier momento. Además los músculos de la espalda me arden; de los veintidós años en adelante tuve que dejar el alcohol para enamorarme de la cerveza.
El cabrón que me encontré trabaja en el gobierno, es secretario en la secretaría de no se qué putos, fuimos juntos a las sesiones de alcohólicos en la secundaria, su papá pasaba todo el año en Estados Unidos, de empleado en un cantina de millonarios como sacudidor de vergas. Cuando algún ricardo salía del sanitario, el señor, con un artefacto parecido a unas pincillas para barbacoa, le sujetaba el miembro y lo sacudía, guardando después dentro del calzón el preciado apéndice. Ismael se llama el secretario de la secretaría; me invitó a una reunión de ex alcohólicos en el Hotel Caravanchel, un edificio con más recuerdos que piedras. Pero aún soy alcohólico, le dije, no importa, nosotros también, contestó mientras arrancaba el auto convertible que lo había llevado por unas piezas de pan en la repostería de mi única amiga, Diana Dianilla, parca y triste, pero amable y simple, lo suficiente para algunos besos. Betún de chocolate.
Ella se hizo mi amante cuando puso un anuncio desesperado en el chat, yo entraba regularmente en esos días porque estaba encerrado mi casa tratando de rehabilitarme. Había escrito al azar, entre algunos contactos que tenia agregados sin saber por qué, que necesitaba que se la cogieran, con urgencia, con fuerza y de ser posible con un cirio pascual de los de primera comunión. Por el culo, por la panocha, por las orejas, cerraba atrevido el párrafo lujurioso.
Contesté a sus peticiones y resultó que vivíamos en el mismo lugar. La misma noche que escribí mi respuesta nos encontramos en la puerta de una tienda departamental. El guardia era mi amigo y conseguí que me permitiera robar una botella de vino blanco. Esperaba que se pareciera más a la fotografía de la ventana de conversación, una mejer menudita de piel blanca y cabello negro, aunque el parecido era escaso me resultó más bonita de lo que había sido cualquiera de mis amigas anteriores, casi todas ellas oficiantes del placer sexual.
Diana Dianilla me confesó llorando que la vida la había creado inadecuada para el sexo acostumbrado, no podía ser penetrada pues su vagina apenas era una hendidura por donde salía la orina, parecía una rajada hecha con navaja, de unos dos o tres centímetros apenas. Ella deseaba encontrar un compañero que estuviese dispuesto a olvidarse de la penetración, ni siquiera por el culo, pues por ahí, decía ella no me gusta para nada, es doloroso y nunca he sentido nada bueno. El anuncio es una mentira, no quiero ser cogida, más bien ando buscando un amigo, recalcó sonrosada.
Animado por sus confesiones hice las mías. Le conté sobre la impotencia sexual prematura que padezco, sólo tengo erecciones cuando estoy solo, no puedo sostenerlas, por ello no ando como el resto, tras las mujeres. Es un verdadero dolor cuando las decepcionas, hay llanto y reclamos. Estaré feliz de tenerte como compañera, le dije mientras terminábamos el vino que había robado y ella sacaba de su refrigerador un bidón de cuatro litros de tinto. Pasamos la noche desnudos, nos lamimos y frotamos pero dejamos de hacerlo rendidos por el sueño que al final ganó la contienda y caímos a su peso bajo la noche.
Era mediodía y la fiesta se acercaba, Dianilla y yo nos preparamos desde temprano, comimos cada quien dos tabletas de rivotril y comenzamos a beber, primero unas cervezas, luego algo de vino, jamás tomamos tequila, ni ron, porque de hacerlo mis músculos se anudarían, me sentiría sofocado y enfermo al menos durante una semana. Nos fuimos en autobús hasta el centro, cerca del hotel en donde ofrecerían la fiesta encontramos un cachorrito que intentaba protegerse del viento bajo un bote de basura, Dianilla lo levantó y la criatura nos veía con su inconfundible y melancólica mirada animal. Ella se quitó del cabello una cintilla violeta y se la puso en el cuello al perrito. Los tres entramos al hotel y llegamos al salón.
Encontré a mi anfitrión mientras servía las primeras copas a una pareja de ancianos, nos saludamos efusivos y le presenté a mi compañera. Nos sentamos alrededor de una mesa ovalada en la que ya estaban instaladas otras dos parejas. Las mujeres eran atractivas, con ropas que se veían lujosas y los tipos parecían la clásica caricatura de un galán esforzado todo el tiempo en parecer protector pero amistoso. Dianilla les contó que aquel perrito era de una raza persa bastante desconocida en nuestro país, que su pelaje revuelto y de colores distintos era muy socorrido por coleccionistas de mascotas, parece un perro callejero, pero vale más que cualquier caballo pura sangre. Uno de los galanes se había tragado el cuento y preguntaba cómo podía conseguir uno. Yo sólo escuchaba la conversación, no había encontrado nada divertido en ese lugar. Algunas personas comenzaron a sacudir el cuerpo, la música no estaba mal pero siempre he detestado los altos decibeles, me levanté para ir al baño a ver si encontraba a alguien jalando cocaína y que me compartiera.
Estaba soñoliento por efecto de las pastas, me senté en el escusado con las manos sobre las rodillas, olvidé cerrar la puerta y cuando entró el anfitrión me descubrió ahí, como una estatua de yeso saturnina, llena de tristeza y ensueño. Ven, ven que ya comenzó la función, me dijo mientras me jalaba del brazo hasta el centro del salón. Todos estaban ahogados en alcohol y hasta habían incendiado los letreros que decían: AA nuevos amaneceres para la vida.
Son tan extraños los borrachos millonarios, le dije a Dianilla muy cerca de su oído. Los borrachos pobres hubiésemos sido más ruidosos, me contestó.
En el centro de la sala a donde fui arrastrado, un círculo numeroso de personas rodeaba a una pareja de adolecentes, eran dos muchachos flacuchos de piel blanca que estaban desnudos y se tocaban. Un anciano que parecía el jefe de aquella tribu les gritaba que se dejaran de pendejadas, ¡métansela ya!, gritaba el viejo furibundo. Los muchachos se besaban y se mamaban la verga, uno se puso empinado y el otro lo penetró, el público estaba extasiado lanzando aleluyas y vivas. Dianilla me dijo que nos fuéramos, que aquello se había puesto demasiado feo, pero le pedí que aguantáramos un poco más, sólo por la curiosidad de lo que vendría.
Cuando los dos muchachos se chorrearon, el viejo corrió a pegarse de sus penes como grifos de almíbar, la esposa, una anciana que andaba encorvada también se acercó, pero para obligarlos a que le chuparan el ojete del culo. El grupo de espectadores se desintegró porque volvieron todos a sus mesas a degustar los platillos que ya les estaban sirviendo quince o veinte meseros desnudos que, se notaba fácilmente, eran niños secuestrados, pues un capataz barrigudo estaba siempre de tras de ellos.
Dianilla no soportó más y me dijo que se iría sin mí, estaba asustada, se aferraba al cachorro como si éste pudiese hacer algo para defenderla. Está bien, nos vamos, le dije para que se calmara, espérame afuera, voy al baño.
En el sanitario estaban los muchachos del espectáculo, aún sin ropa y riendo animadamente. Mientras orinaba escuché que esnifaban y antes de terminar con la meada les pedí que me compartieran aunque sea un piquito. Ellos me alcanzaron la bolsita de polvo y me serví sobre el lavabo dos rayas bien gruesas. Di el jalón y sentí el poder de la buena coca, de inmediato el levantón y la euforia. Les pregunté por qué estaban ahí tan cómodos mientras el resto de los muchachos servía mesas y limpiaba vomitadas. Porque nosotros no somos como ellos, a nosotros nos pagan para hacer el espectáculo, pero nada más. Mira, nosotros tenemos la vida pagada, me indicó uno de ellos mientras separaba sus nalgas para dejarme ver en el centro, un poco más arriba del culo, un tatuaje brillante que decía: propiedad del señor Tillman Walker. Azorado por lo que mostró le pregunté que significaba eso, pues que el señor Walker ese que nos gritaba allá afuera, es nuestro dueño, nos compró a nuestras madres y nos mantiene, a veces hasta nos regala de su coca y cuando nos portamos bien deja que cojamos con las niñas, a las que tiene en un edificio aparte, ¿a usted le interesa un show para alguna fiesta o reunión?, llame al señor Walker, me dijo casi como en un anuncio de televisión. Pues buena surte muchachos y gracias por las líneas, salí del baño y me encontré con Dianilla.
¿Qué estabas haciendo, por qué tardaste? Me preguntó, nada sólo conversaba con unos muchachos, le dije apresurando sus pasos y los míos. Pues yo no perdí el tiempo y le robé su bolsa a la señora que estaba en nuestra mesa¸ me contó entre risillas traviesas, ¿y cuanto traía?, le pregunté para saber si nos alcanzaba para unas cervezas, pues doscientos pesos y este papelito, le arrebaté el pedazo de papel y leí: orden del señor Walker, conseguir carne fresca para el sábado. Bueno, no se que pueda significar esto, pero vamos por unos sopes y cerveza, quizá nos alcance para algo de yerba y un hueso de ternera para… ¿cómo llamaras al cachorro? Óscarito, le llamaré Óscarito, me dijo mientras acercaba sus labios a los míos.

ÓSCAR EDGAR LÓPEZ.