martes, 1 de diciembre de 2009




FUMANDO UN TOQUE DE BUENAS NOCHES EN LA CASA DE LOS JHONSONS Y LOS MIERDAS: UN ACERCAMIENTO A LA OBRA DE WILLIAM S. BURROUGHS


¡Carne pa’ la picadora!,
sólo colocado se calma este dolor
que tanto agobia mi cuerpo terrenal
¡vida de superviviente y meterte algo decente!,
ahora me pongo con metadona
y cuando puedo de todo lo que hay,
eres muy libre si quieres confiar
sólo un amigo te puede traicionar,
la culpable de mi ruina es la sociedad
que cuando mejor estoy se acaba el material.
LA POLLA RECORDS.


PROLOGUITO INTRAVENOSO
El Ruso es un drogadicto que conocí en una época terremótica, en términos afectivos, y dolorosa, en términos físicos; me encontraba en proceso de recuperación de un tobillo con esguince que dolía en forma extrema, acentuado por querellas sentimentales del tipo no te vayas todavía.
Para mitigar el sufrimiento pasaba horas a la sombra de los edificios viejos, liando cigarros de verde alegría e ingiriendo elixires que canónigos apóstoles de la tranza, el hurto y el narcomenudeo disponían a los parroquianos más adeptos a esos terrenos de embriaguez sagrada.
En un festín de tópicas alucinaciones barbitúricas, como las que eran frecuentes, se presentó un enjuto personaje montado en una vagoneta pintada de infernal rojo carmesí, que a los dos vasos de matarratas decidió invitarnos a su casa.
El Ruso tenía una mansión: dos albercas, tres cocinas, cinco baños; me sorprendí de observarlo con la apariencia de un oficiante de la mezcla y el ladrillo rodeado de aquel lujo aristocrático. Incluso había un piano en la enorme sala, donde el Ruso hizo gala de su talento musical cuando interpretó el conocido “tata tata ta” e hizo la gracia de los invitados que no tardaron en festejarle tan suculento acorde.
Pero las virtudes artísticas del anfitrión nada interesarían de no ser por lo que se guardaba en el interior del instrumento, en la caja de cuerdas del piano el Ruso escondía quince cajas con dieciséis dosis de metadona y otras tres cajas con dosis de buprenorfina. Quienes hayan estado en una demostración de refractarios me entenderá, el vendedor nos mostraba la mercancía parloteando de sus virtudes, incluso dando unas muestras.
Busqué a un camarada, le mostré dos ampolletas que había conseguido la noche anterior y él hurtó a su hermana con diabetes dos jeringuillas para insulina. Él primero: colocó un cinturón en el brazo y se pinchó, luego yo, inexperto no encontraba la vena y me provoqué dos abscesos, luego con su ayuda logré meterme once mililitros de metadona. El efecto fue angelical, un alivio extremo, el estado de gracia absoluto, cuando la melancolía tuerce el brazo.
La mañana siguiente y todas las mañanas de quince días me desperté almorzando un chute y cenaba otro. Aunque me sentí enganchado sabía que la metadona es una sustancia que se utiliza para controlar la ansiedad cuando existe la adicción a la heroína o la morfina. Me olvidé del asunto apenas se me acabaron las ampolletas y volví al placentero churro con cerveza.
El relato de mis veleidades viciosas pretende mostrar en que forma el asunto de las drogas ha tomado una posición tan flexible en la existencia, la manera tan simple de caer enfermo, pero no del vicio de la propaganda oficial, aquel que “destruye a la sociedad” sino del desmantelamiento paradójico de casi el mismo mensaje: la sociedad que destruye.
Para que la droga entrara en mis venas fue necesario que el sistema operara efectivamente, pues la metadona es una sustancia de laboratorio, subsidiada su producción por empresas privadas u organismos de gobierno, fabricada específicamente para el alivio de dolores extremos, delirios esquizofrénicos, farmacodependencia. El acto en apariencia simple del embolo empujándola dentro del organismo es además una apología del dominio, la manipulación y la condición perene del ser humano de ser gobernador y gobernado, y de la lucha imposible, eterna, por que esto sea diferente.
Sobre el tema escribió de manera abundante William S. Burroughs, sus libros son una linterna entre la bruma, desenmascaran a los actantes del trafico, el consumo, la pesquisa, en el mundo de la adicción y cómo se construye un entarimado sobre nuestra existencia para hacernos participes de la gran teatralización del universo, que terminará por consumir incluso nuestros más vagos anhelos.
LIMPIÓN
Si algo podemos precisar acerca de lo natural en el hombre es su peculiar obsesión por dominar a los semejantes. Todos estos siglos de vida humana y al fina les aseguro que esta es la respuesta más evidente cuando ponemos los codos sobre la mesa; no hay sino poder en disputa, medios para conseguirlo y preservarlo, pero antes que nada ejecutarlo.
La competencia es el mal de nuestra especie, propició y alimentó a la hidra de las mil cabezas de la burocracia, ese monstruo al que acabamos cediendo el complejo de nuestra voluntad. Nada de grandes mitos ni pláticas con Juno, deja la inspiración y expira, estate ahí acobardado detrás del titulo de la universidad o el jornal de quince horas, no existe la culpa porque no existe el pecado, has nacido para darle dos brazos y piernas firmes, unos quince o veinte años, después el gobierno arrojara al suelo algunas migajas para que no jales del gatillo, ningún coordinador de pompas fúnebres querrá perder un cliente, ni la morgue, ni el seguro social, ni el proveedor de internet, aun si decides disparar sobre tu cabeza algún listo tendrá un buen negocio entre manos.
El resultado final de la representación celular completa es el cáncer. La democracia es cancerígena y su cáncer es la burocracia. Una oficina arraiga en un punto cualquiera del Estado, se vuelve maligna como la Brigada de Estupefacientes, y crece y crece reproduciéndose sin descanso hasta que, si es controlada o extirpada, asfixia a su huésped, ya que son organismos puramente parásitos. La burocracia es tan nefasta como el cáncer, supone desviar de la línea evolutiva de la humanidad sus inmensas posibilidades, su variedad, la acción espontanea e independiente y llevarla al parasitismo absoluto de un virus.
La literatura de William Seward Burroughs es una disección al mundo del poder corrompido y a los mecanismos por los cuales la humanidad ejerce sobre la existencia la autodepredación que le es usual desde sus días de andar en cuatro patas. El infortunio de la mayoría al pertenecer a los dominados por los dominantes, en casi todos los casos obtusas ratas criadas por el vano lujo del progreso; provoca que la vida sea una constante pelea donde se nace noqueado. En las novelas del autor estadounidense prevalece una frialdad antiromántica que parece decirnos: basta de ensoñaciones, esto es lo que hacen con nosotros y lo hacen con esto. Y William Lee se coloca un piquete de chiva .
Uno de estos mecanismos de control resalta en la obra de Burroughs: la droga, en especial las que llaman duras, sintéticos derivados del opio. El avatar inclemente de los estados para procurar que se propicie lo que el mismo escritor llamó “la histeria de las drogas”. Las sustancias no representaban un problema serio hasta que se promovió una guerra mundial contra ellas a principios del siglo pasado, cuando comenzaron las leyes prohibicionistas , creando un telón de ignorancia donde reina la estupidez, el abuso y la burla propias de una psicosis colectiva promovida por todas las instituciones y las empresas que conforman el asqueroso cuerpo fétido de lo que solemos nombrar sistema; porque sencillamente representa un gran negocio, un gran control.
Lo que produce la droga es un estado idóneo para desconectarse de la problemática del mundo, al conseguir que el sujeto se vea reducido a la necesidad de suministrarse una substancia; la fuerza, la creatividad, la vida se desploma, prisionero del placer, la maquinaría comienza la licuefacción:
Si todo placer es alivio de tensiones, la droga suministra un alivio de todo el proceso vital, al desconectar el hipotálamo, control de la lívido y la energía psíquica.
Parece más probable que la droga lo que hace es interrumpir todo el ciclo, tensión, descarga, descanso. El orgasmo no cumple función alguna para el adicto. El aburrimiento, que indica siempre una tensión no descargada, jamás afecta al adicto. Puede pasar ocho horas mirándose los zapatos. Sólo pasa a la acción cuando se vacía el reloj de arena de la droga.
FORJE USTED SEÑOR LEE
William Seward Burroughs nació en una familia aristocrática de empresarios estadounidenses en St. Louis, Missouri, en 1914. Estudió literatura inglesa en Harvard y un curso de medicina en Viena, además de otros estudios de antropología y psiquiatría.
Su bibliografía comienza con la publicación en 1953 de Yonqui una narración autobiográfica en el tiempo que pasó como adicto a la heroína, escrita en una tradición narrativa más tópica, casi realista, y publicada por primera vez en Paris. Le siguen El almuerzo desnudo (1959), la más celebrada de sus obras y a la que el otro escritor americano Jack Keorouac sugirió el titulo. El exterminador (1960), La trilogía Nova (1963-1970), entre otras, además de múltiples artículos para diversas publicaciones.
Prolífico artista gráfico, actor y amigo de músicos de rock avantgarde como Sonic Youth, Tom Waits, Pati Smith y Kurt Cobain con los que compartió el estudio de grabación dejando estupendas canciones donde resuena su voz de viejo adicto aguardentoso, The prest they called him con Cobain, The black raider con Waits.
Burroughs sufre el mal de las celebridades intelectuales, su vida ha sido enaltecida como leyenda hasta hacer borrosa su obra, hasta convertirse en el objeto de su crítica, un personaje manipulado para confeccionar un imaginario con destino a ser reprimido bajo una aparente libertad, una aparente oferta codificada y diseñada por la industria. La contracultura, el gusano en la manzana.
La adoración de los poetas Beat suele producir confusiones para quienes la taxonomía es un mal necesario y al no encontrar un calificativo más apropiado lo incluyen dentro de la corriente poética de San Francisco, comandada más bien por Allen Ginsberg, eso sí, amigo intimo de Lee y al que consideraba el mentor de dicho grupo. Jack Kerouac y Ginsberg lo encuentran como un viejo profesor en la universidad en 1944, la personalidad y la literatura del hombre mayor influencia a los jóvenes quienes además consiguen que se interese de nueva cuenta en la literatura, pues un par de años antes había perdido casi por completo el interés.
Burroughs es uno de los pensadores más serios en el tema de la adicción, junto a Thomas de Quincey , Jean Coteau o Charles Baudelaire, pero en él la droga no es un aliciente de la vida, no es escape ni confrontación, sino aniquilamiento, miseria, siete horas de mirar la punta de los zapatos para después salir a buscar otro fije. En los pasajes de sus novelas nos sentimos enfrentados a textos científicos, médicos y antropológicos mezclados con una prosa poética de imágenes condesadas, un novelista y un ratón de laboratorio que se ha inyectado unas dos mil veces y nos cuenta lo que ha pasado.
DESTÁPENSE CAGUAMAS
Es preciso que entendamos la diferencia sustancial, quiero decir de carácter, entre las drogas blandas y las duras. Las primeras son las naturales, el cannabis, el opio, el hash, los alucinógenos ceremoniales. Las segundas son las producidas por el hombre, principalmente la acetilmorfina, la cocaína y derivados del opio. Las primeras son adictivas en forma psicológica, existe una dependencia emocional a la sustancia, las otras causan adicción metabólica, el organismo depende al cien por ciento de la sustancia cuando se es un yonqui y la mayoría de las veces que un sujeto se pincha la vena se colgará del vicio, estará enfermo .
En 1927 en una asamblea de gobiernos (esos deslices traviesos donde los funcionarios gastan en contentillo romano el erario publico), con la finalidad de crear leyes que regularan el consumo y la venta de drogas, Estados Unidos de Norteamérica consiguió que la cannabis se convirtiera en droga ilegal , todo un despliegue mediático muy apoyado por el cine ha producido desde entonces un desprestigio malicioso sobre una de las más bondadosas sustancias. Anteponiendo el prejuicio y la ignorancia incluso ha conseguido una ridícula satanización de la mota que, al menos lo sabemos los consumidores habituales, procura más alivio que cualquier analgésico de Bayer, más alegría que una telecomedia y un alivio amable, dañina es verdad, pero no más que el puré de papas o la polución en los zapatos.
William Burroughs escribe acerca de la prohibición y los métodos esquivos con los que el estado norteamericano finge combatir un problema que ellos mismos alimentan: “recordemos el siglo XIX y principios del XX—los viejos buenos años—: nos evocan un afecto moderado con el opio, la cannabis, los solventes y la cocaína; eran vendidos a uno y otro lado del océano y Estados Unidos no se hundió por eso”.
Con la droga se obtiene un cordel extenso que une la infinita serie de personas-personajes que intervienen en todo momento de su presencia física, desde la producción hasta la vena; estas relaciones surgidas por la ilegalidad juegan también al lobo y la oveja, en estados corrompidos como a los que sobrevivimos, desde el adicto al consumidor casual han caído en la trampa, telaraña oficiosa donde: “El desvalimiento del adicto a la droga es un ejemplo de la libre empresa y sus efectos en un ámbito bastante amplio para incluir las incursiones predatorias de psiquiatras, cirujanos y financieros en la vida humana”.
En el mismo ensayo de revista antes citado, Burroughs divide a las personas en dos grupos: los mierdas y los Jhonson, los primeros carecen de asuntos y se ocupan de los de otros, chismosos, soplones y fanfarrones; los segundos tienen asuntos propios y se ocupan de ellos aunque están dispuestos a tender la mano. Para las sociedades en que nos movemos resulta más provechoso la propagación de los mierdas, una tierra de chismosos que sustente la estupidez de las guerras antinarcóticos, que dé enfermos a los psiquiatras y se construyan más centros de rehabilitación que hagan de consuelo en la gran representación que los manipuladores proyectan sobre todas las pantallas del mundo, donde acuosos ojos de bebés, que por desgracia han nacido humanos, tiemblan al contemplarse en esta cañería rota.
El yonqui es lascivo, perverso, porque el amor es la bandera de batalla de los gobiernos predadores, aniquilado por una chocante cursilería: “lo que llamamos amor es mayormente un fraude, una mescolanza de sexo y sentimentalismo que ha sido sistemáticamente degradada y vulgarizada por el virus del poder” . Sin amor y sin voluntad el adicto conserva su carne chupada con un par de dosis al día, siempre con vértigo de caer en la abstinencia y padecer el “algebra de la necesidad” porque el verdadero problema no es la droga sino su ausencia, entonces el organismo aúlla en retorcidos compases de intestinos, necesita la jeringa o necesita la muerte, lo que llegue primero; en el síndrome uno se gradúa de yonqui, uno se ve cara a cara con lo que busca, es la verdadera enfermedad de la droga.
A William S. Burroughs debieron darle incontables ataques de abstinencia, pues él mismo confiesa que padeció la enfermedad de la droga quince años, sólo suspendía por cortas temporadas el habito en las que lo combatía con otras drogas, probándolas todas (o las que existían hasta su muerte) y experimentó además muchísimos tratamientos de cura, de los que concluyó que ninguno de los métodos usados para el alivio o la deshabituación eran efectivos, sólo causaban mayor necesidad. Al prolongar el deseo de drogarse cuando un adicto es liberado de una “granja” sale como una gata en celo y enjaulada.
Debajo del yonqui un ser larvario excreta mucosidad, es el adicto que se arrastra, último de los reductos de la humanidad, introducido en un tiempo anormal, el tiempo de la droga:
Clarinetes vibrantes: dos porteadores negros introducen al hombre desnudo y lo dejan caer sobre el estrado con brutalidad animal, despectiva… El hombre se retuerce… Su carne se convierte en una jalea viscosa, transparente, que se va evaporando en una bruma verde, dejando al descubierto un monstruoso ciempiés negro.
FUMEMOS DESNUDOS
Eric Mottrand en una charla con William Burroughs para la BBC dice acerca del escritor: “Su agudo humor farsante opera contra los agentes del poder en el mundo adicto, contra abogados y jueces, financieros y sacerdotes, doctores y psiquiatras, para exponer la ridícula idea de una sociedad absolutamente libre” . Sobre esta farsa, una sátira más bien, se desenvuelve Bill Lee, el personaje-autor de Yonqui.
Lee es un hombre maduro pero joven que ha pasado por numerosos empleos, desde fumigador a militar, una tarde su amigo Bill Gaines le propone comercializar unas cuantas ampolletas de morfina, así comienza su adicción y un camino de resistencia y entrega, donde hace de traficante, enfermo, charlatán de farmacia, ladrón de borrachos, marica de cantina, prófugo.
Encontramos en Yonqui un informe detallado de los usos y las costumbres de la gente relacionada con la heroína en los años cincuenta en América; en la novela Lee viaja de Nueva York a Kansas, de ahí a México, donde consigue de inmediato heroína cortada que le compra a una vieja en la Merced llamada Dolores. Además se muestra entusiasmado porque en ese país se puede conseguir una receta de morfina expedida por el gobierno. Al término del libro asevera que emprenderá un viaje a Sudamérica, al Amazonas, en busca del Yague de los chamanes Chimús, una planta enredadera con poderosos efectos mentales, incluso telepáticos, muy parecido al Floripondio y al Toloache mexicanos.
Casi en labor de antropólogo Burroughs narra los diversos estados por los que transcurren cuerpo y conciencia del adicto:
Las sensaciones se agudizan, el adicto tiene conciencia del funcionamiento de sus viseras hasta un punto que resulta incómodo, el peristaltismo y las secreciones son incontrolables. Independientemente de su edad, el adicto que se está desintoxicando puede caer en los excesos de un niño o un adolescente.
William Lee despotrica contra el gobierno de los Estados Unidos y las amañadas leyes que promueve contra la droga; aunque la narración corresponde más al estilo clásico, una historia narrada de manera lineal con un principio y un fin específicos, contiene la desafiante ecuación poética de Burroughs, sátira hilarante, crítica enfadada, al final verdades incómodas pues termina por concluir: “Ninguna reflexión consiente acerca de las desventajas y horrores de la droga puede darte el impulso emocional para abandonarla. La decisión de dejar la droga es una decisión celular”.
El almuerzo desnudo es una obra más compleja tanto en su propuesta narrativa como en la mordaz crítica al sistema predatorio americano. Escrita en colaboración con el artista plástico Brion Gysin que había desarrollado una técnica de composición pictórica llamada cut-up, en la que intercambiaba grafismos, algo semejante al collage, Burroughs perfeccionó la técnica de Gysin y creo el Fold-in, él mismo explica el procedimiento:
Una página del texto, mío o ajeno, es doblada por en medio y situada en otra página, leyéndose entonces a través del texto compuesto, es decir la mitad de un texto y la mitad del otro. El método fold-in se extiende hasta escribir el flashback utilizado en las películas, permitiendo al escritor moverse hacia delante o hacia atrás en su pista temporal…
Con tal estructura la novela es un camino tortuoso en el que constantemente encontramos al aliento mordaz de la confusión, como un guardavías dormido, cuyo tren a vigilar se aproxima con luces hirientes de un amarillo casi plasmático, en orquestación de nuestro avanzar por la página apretada, con esos párrafos que son bloques, que son paredes. Porque la de Burroughs es una literatura de respuesta, de ataque, un singular alejamiento del espacio-tiempo coordinado, adecuado al sujeto: “Soy un aparato para grabar… No pretendo imponer “relato”, “argumento”, “continuidad”… En la medida en que consigo un registro directo de ciertas áreas del proceso psíquico, quizá desempeñe una función concreta… No pretendo entretener…”
Aunque bajo esa afirmación de no entretener nos entretiene, porque es en ese punto que la habilidad del narrador reluce; la pretensión de Burroughs era inventar una nueva mitología para la era espacial, donde el hombre aceptara el dolor de vivir: “les presento a mi obra maestra: El norteamericano desangustiado perfecto” . Conocemos ya la distopía Huxley , un mundo completamente feliz es un mundo rendido al dominio predatorio, al control totalitario, la humanización, es decir el apoderamiento fatal del universo.
En El almuerzo desnudo William Lee es un agente de Islam S.A, un corporativo burocrático que ejerce mano dura de oligarca sobre Interzone, el país que es todo el mundo, donde las razas de la tierra conviven entre la abundancia de aromas producto de un pesado humo que cubre todo el paisaje, una brisa oscura, mezcla de drogas quemadas, guisos, gases humanos y animales. En un ambiente muy parecido al mundo globalizado, un amasijo de gente medio muerta, atados a procesos jurídicos y maliciosos tratamientos experimentales de control en manos del pervertido Dr. Benway, el psiquiatra perverso que practica con la mente humana la automatización obediente a partir de la transfiguración del cuerpo, su anhelo es conseguir un cuerpo manejable al cien por ciento, al que pueda tasajear, hacer a su conveniencia:
—¿Sabe?-dice impulsivamente-, me parece que voy a volver a la cirugía tradicional de toda la vida. El cuerpo humano es de una ineficiencia escandalosa. En vez de tener una boca y un ano que se estropean. ¿por qué no tenemos un solo agujero para todo, para comer y para eliminar? Podríamos ocluir boca y nariz, rellenar el estómago y hacer un agujero para el aire directamente en los pulmones, que es donde debía haber estado desde el principio.
El cuerpo del adicto, al transformarse en masa para modelar, es un territorio proscrito donde la medicina busca la limitación, no la posibilidad, en donde las emociones son aniquiladas por la psiquiatría y la carne representa sólo aquello que nos da unidad, uno es su cuerpo. En Interzone el cuerpo humano es la batalla por el control, entre Licuefaccionistas, Emisores, Divisionistas y Factualistas, que se disputan la manipulación, reduciendo ante todo, primero que nada, la carne humana a la obediencia burocrática.
La homosexualidad en Interzone es norma, pues en un lugar en el que se ha roto con el matriarcado distributivo, el homosexual es contraindicación a los valores budinescos de la sociedad americana. Toda criatura terrestre asegura su existencia a partir de la formación de nuevas familias que mantienen la continuidad de la especie; en el hombre la cultura condiciona el comportamiento de dichos núcleos para los que la reproducción sexual es el punto medular de su permanencia. Al homosexual que detiene este ciclo se le achaca un padecimiento antinatural, se le relega como a un apestado enemigo de la especie.
—¿Los homosexuales están clasificados como pervertidos?
—No. Recuerde el archipiélago de Bismark. No hay homosexualidad declarada. Un estad-policía que funcione no necesita policía. A nadie se le ocurre que la homosexualidad sea una conducta concebible… En un matriarcado, la homosexualidad es un delito político. Ninguna sociedad tolera el rechazo declarado de sus principios fundamentales. Aquí no estamos en ningún matriarcado.
La sociedad americana deposita su funcionamiento en el estereotipo de la familia yanqui, con roles de comportamiento para cada miembro del grupo; el papá, la mamá, los hijos y los abuelos con los que invaden los aparatos de televisión, el cine, la historieta y todas las conocidas formas por las que el estado norteamericano lleva a cabo la americanización del mundo, con la que impone una conducta estándar y el abuso de instituciones a individuos es premisa para quien controla los poderes.
El libro El almuerzo desnudo es la cronología de la enfermedad de la droga, estructurado con técnicas que resultan de experimentar factores que organizan la percepción de un adicto a la heroína cuando está colocado. Además si consideramos el prólogo, el apéndice, y si se cuenta con la edición donde el autor añadió un apartado sobre las drogas que ayudan a curar el síndrome de abstinencia, tenemos un documento único en su especie, en demasía ejemplificador de las tretas de los gobiernos, de los efectos, de las maneras, de la perversión psiquiátrica, de la voraz locura del mundo, de la gran histeria de los drogas.
SACA LA BACHA
Según uno de los postulados de la filosofía pesimista de mediados del siglo XX, el hombre es un animal monstruoso capaz de ser consiente de su muerte, esta condición lo hace caducó y lo conduce sin más ni más a un enfrentamiento deprimente, por inútil, con las condiciones que lo hacen un ser humano. Su naturaleza egoísta ocasiona que no cese de inventarse un origen y un destino, por estos conceptos desarrolló su podredumbre máxima: las metrópolis, la civilización. Los hombres del progreso son maquinaria intercambiable de la industria, los deseos que promueven regulan las fatalidades del poder y su ejecución. Muestra del mundo burocrático, en el que sin embargo nos aferramos a prevalecer, y ejemplo de una de sus artimañas para reducirnos, incluso antes del nacimiento de nuevas generaciones, es la obra literaria de William S. Burroughs, no se espere encontrar en sus párrafos una pizca de ingenuidad, un indicio de subordinación, pues sus libros operan en el gran sistema como la punta de una lanza que se encaja en el cuerpo acecino de la existencia que hemos heredado, tan insulsas, tan repulsiva.
William S. Burroghs murió en 1997, después de mantenerse alejado de Estados Unidos a raíz de haber asesinado a su esposa accidentalmente mientras jugaban a Guillermo Tell y él falló el tiro dejándole a Joan Vollmer una bala clavada entre ceja y ceja. Vivió en París, México y Tanger, la ciudad marroqui que tomó como prototipo de Interzone.
Era aficionado a las armas, incluso ostentaba una colección numerosa. Su hijo murió en los noventa de un pasón, filmó junto a Brion Gysin algunos cortometrajes basados en el cut-up. En ellos aparecen escenas grabadas en Paris de él y Gysin mientras caminan, pintan, conversan, en una repetición exasperante repleta de sonidos y palabras. Directores de cine como David Cronemberg y Gus Van Sant han utilizado sus novelas como argumentos de película, incluso él mismo aparece en varios films de los años setenta, ochenta y noventa.
Habremos de apagar la bacha, quedémonos a oscuras en la casa de los Jhonson y los mierdas, pero cuidado con las ganas de ponerse un arregle, porque: “La indiferencia no es ninguna alternativa, sólo la franca insistencia en que el uso de las drogas no será tolerado”.

Óscar Édgar López.






BIBLIOGRÁFIA
BURROUGHS, William, El almuerzo desnudo, España, Anagrama, 1997.
BURROUGHS, William, Yonqui, España, Anagrama, 1997.
BURROUGHS, William, MOTTRAND, Eric, Snack, España, Pre.textos, 1978.
BURROUGHS, William, Di no a la histeria de las drogas, en: revista Dosfilos, Zacatecas, México, Mayo-junio 1990, traducción de Pedro Moreno Salzar.
CIORAN, Emil, La caida en el tiempo, España, Tusquets, 1997.
RAMONET, Ignacio, La golosina virtual, España, Debate, 2001.
RIUS, Marihuana, cocaína y otros viajes, México, Grijalbo, 1998.
VARGAS, Hugo, Placeres y prohibiciones, www. Letraslibres.com, recuperado domingo 27 de Septiembre 2009.

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