I
La calle sudaba sangre,
hediondos coágulos
que brotaban de la tierra antigua.
En la ciudad moderna
teníamos una edad misteriosa,
eran nuestros ánimos
un sigiloso enterarse de la muerte
enterarse además,
del candido desencanto.
En las avenidas
ensortijados borrachos
desfallecen por
casualidades más próximas
al fracaso que al festejo,
serán millares
las que tengan despojos
de piel de humanos que solemos ser,
demasiado complejos
para tomarnos en serio
II
Rosamaria señora de la tierra,
le dio mole y arroz
a los santos
para que cuidaran
de sus doscientos
parientes fiesteros,
para que nosotros,
yo, el más hipócrita nieto,
cante su amor único de abuela
cuando recete la hierba amarga
que preparaba como hechicera
para afinar la trompeta sordina
en mi estómago,
cuando mi madre me persiga
una y otra y otra vez
con la escoba enhiesta de sus justos reclamos,
cada vez que borracho me detenga en seco el recuerdo:
era un reo de la alegría que saltaba a su pecho
y ella se carcajeaba y éramos esa cosa
que perdí cuando te enterraron,
no fui a tu funeral por eso Rosamaria,
señora sagrada,
señora de la tierra,
porque me gusta pensarme
muerto y bajo el suelo, a tu lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario